Ya no te rondarán….

Después de casi cuarenta años en los que me he empapado de miles de historias de misterio y en esta última década, gracias a mi ídolo Iker Jimenez, sin olvidar al los grandes Jimenez del Oso, J.J. Benitez o Javier Sierra, he visitado por primera vez uno de los lugares más impresionantes de nuestro país y que gracias a las gentes de un pueblo maravilloso, han conseguido conservar lo poco que queda con todo el cariño del mundo.

Belchite, un municipio situado a 49 kilómetros de la capital aragonesa (Zaragoza). Un pueblo que no olvida, pues conservar el pasado es lo mejor que se puede hacer para preservar el futuro y no cometer los errores cometidos antaño. Una visita fugaz que me llevó hace hoy justamente una semana a los aledaños y al corazón de un pueblo marcado por la tragedia de nuestra guerra civil y a la barbarie que el ser humano confunde con la gloria y la razón.

Como sabéis, y si no es así os lo cuento brevemente, Belchite el viejo, es un pueblo abandonado por culpa de los ataques de dicha guerra y que por desgracia se tomó como método de distracción por parte de los republicanos para atacar su verdadero objetivo, que fue Zaragoza. Los nacionales no cayeron en la trampa, sin embargo los afectados como siempre fueron los habitantes de un pueblo que se defendió como pudo y del que pocos quedaron para contarlo. Hasta seis mil personas murieron en aquella batalla.

En la guerra hay bandos, pero también hay personas. No voy a entrar en ideologías políticas ni en pensamientos personales, solo os voy a mostrar en imágenes y con mis humildes palabras lo que es pasear a través de los ecos rocosos y derruidos de la  locura humana. La sangre derramada es la misma en cualquier bando. La perdida y el sufrimiento, es el mismo y eso solo se nota cuando caminas por aquellas ruinas y escuchas a la encantadora guía que nos llevó a lo largo de un camino del que fue uno de los pueblos más importantes de Aragón. Belchite no era una aldea, era una pequeña ciudad que llegó a tener de todo: tres iglesias, un convento, comercios, casas de lujo en aquella época de gente rica y una industria olivera muy buena.

De todo aquello solo queda el recuerdo de sus gentes, que «Gracias» a Franco, siguieron sus vidas en Belchite el nuevo. Y digo gracias entre comillas porque el caudillo, como siempre, al igual que hizo en la explosión de Cádiz (mi tierra natal), engañó a la buena gente de Belchite diciendo que les iban a dar unas casas en el nuevo pueblo. Aquellos valientes supervivientes terminaron pagando un alquiler, que en la época y a consecuencia de la cruda guerra, era bastante sacrificado pagar. Bueno, prometí no meterme en camisa de once varas, dejemos el politiqueo.

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Creo que como siempre, una imagen vale más que mil palabras, por eso os dejo una pequeña muestra de lo que fue aquella batallas del 37. A continuación os hablaré de algunos de los lugares más misteriosos del lugar y las cosas que se cuentan de ellos.

Uno de los lugares más conocidos es la famosa Torre del reloj. 20160911_123203    En ella, innumerables equipos de investigación (en la época en la que la entrada era libre) han filmado en plena noche para captar algún fenómeno y grabar alguna que otra psicofonía. En los programas de Cuarto milenio y el desaparecido Milenio 3 de la radio, se captaron sonidos de la guerra. Gritos de horror, pero sobre todo ruidos de artillería y los famosos aviones que bombardearon toda la zona de este paraje aragonés. En definitiva, se confirma una de las teorías que siempre he defendido en estos casos: los ecos del pasado siempre quedan impregnados en los lugares marcados por la tragedia.

A lo largo del camino por el que nos llevó la guía se ven muchas casas y antiguos negocios derruidos, pero lo más impactante de todo es ver las marcas de las balas en las paredes y sin duda los bombazos en las cúpulas de las iglesias. Incluso uno de aquellos proyectiles quedó incrustado en el campanario  de la Iglesia de San Martin y no llegó a explotar. E aquí la prueba de todo lo contado:

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Impresiona, ¿verdad? Pues imaginaos el estar allí. Sentir todo aquello hasta el punto de pensar lo que sufrieron aquellas pobres gentes mientras estaban en sus casas, su rincón seguro. Amenazados por la muerte que rondaba las calles o simplemente esperando que una horda de soldados atravesaran los muros de sus casas para ir conquistando poco a poco el pueblo casa a casa. Sí, así sucedió, al igual que las muertes por deshidratación, inanición o simplemente infecciones imposibles de curar por la falta de medicamentos. Oler a muerte por la cantidad de cadáveres que se acumulaban por las calles. Sinceramente un horror del que jamás sabremos y ojalá no nos toque vivir nunca.

Las gentes del viejo Belchite no olvidan y siempre van a su pueblo, a recordar a las víctimas de aquel despropósito a la fosa común que se hizo allí. Ochenta, solo ochenta de seis milpersonas, pudieron ser sepultados, del resto poco se sabe. Entre ellos muchos niños con sus padres y abuelos, que intentaron huir la noche en que todo parecía que iba a terminar. Unas seiscientas personas en plena noche buscaron desesperadamente  la libertad y solo quedaron vivos ciento y poco. Por el camino, las bombas, las balas y los escombros acabaron con el futuro de un pueblo que nada tenía que ver con aquella guerra absurda, como todas las guerras.

En definitiva y como siempre se dice: el pasado jamás se debe olvidar, para así no repetir los errores cometidos. No dejéis de visitar un lugar del que todos tenemos y debemos aprender.

«Pueblo viejo de Belchite, ya no te rondan los zagales. Ya no se oirán las jotas que cantaban nuestros padres» NB

 

Óscar Lamela Méndez

 

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