Nuestra Rubita
Es la primera vez desde el 2013 que me enfrento a un papel en blanco totalmente desarmado y a pecho descubierto. Podría intentar camuflar cada uno de mis sentimientos de mil maneras y con metáforas a la altura del mayor de los poetas, pero jamás sería capaz de describir este dolor que siento ahora mismo y que perdura desde las 13:48 horas del pasado 10 de junio cuando viniste al mundo. Esa sensación al ver tu carita por primera vez no tiene definición posible en este mundo.
Es curioso pensar que hasta ahora, había creído que la pasión o el soñar despierto, eran sentimientos que ya había vivido en mi vida después de casi cuarenta años, y a la vez, es tan satisfactorio, que la misma, me dé de nuevo una lección inolvidable. Soy padre de una preciosa princesa de catorce añitos, de la que no puedo sentirme más orgulloso y cuyo amor es tan infinito como el que siento ahora mismo por ti, pero debo ser sincero no solo con vosotros, sino sobre todas las cosas conmigo mismo. Por entonces tenía veintiséis años y todo fue un shock en una etapa de mi vida en la que no me arrepiento de nada, pero que es totalmente diferente a lo que me hace sentir hoy día la que, no solo es mi mujer, sino la que es: el regazo que busca mi alma para descansar cada anochecer. Una mujer desgarradoramente valiente y que se ha portado como o una campeona desde el minuto uno en el que tu cuerpecito dijo que ya no quería estar más en su vientre. Te ha costado salir cuarenta y una semanas más dos días, pero la espera ha merecido la pena, porque eres lo más bonito que he visto jamás.
Compadezco ciegamente a todo aquel que haya tomado la decisión de no ser padre en la vida, pues os aseguro y afirmo, que jamás conoceréis o miraréis de frente al amor más puro que pueda existir en vuestros corazones. No es una crítica, y os pido perdón si causo alguna molestia o levanto alguna ampolla con lo que voy a decir, pero os hablo desde lo más profundo de mi corazón. Ser padres es lo más bonito que la vida nos puede regalar.
Mis más allegados saben lo que me pasó el segundo día de vida de mi segunda princesa y hoy, 14 de junio de 2017 a las 3:15 de las madrugada, lo voy a compartir con todos los que me leéis. Eran las 4:25 de la madrugada del pasado domingo, habitación 31 de la quinta planta de maternidad del Clínico de Madrid y este que os escribe, empezó a leer a #NuestraRubita, como ha titulado mi hermana Ana Mari el hastag familiar del momento, un cuento que meses atrás le compré por Internet y que se llama: «La niña que perdió su nombre». Míriam, mi mujer, mi amiga, mi compañera y la superheroína que trajo a mi hija al mundo en solo seis horas, alumbraba en la penumbra de la vigiloa de aquella habitación con la linterna de mi móvil, dicho cuento, el cual no leí en ningún momento previo y estrené esa noche. Las primeras palabras salieron de mi boca buscando un lugar en mi garganta en el que aferrarse y no provocar el temblor de la emoción en mi voz y lo consiguieron. El amor por aquella personita de apenas tres kilos y cincuenta centímetros de longitud borró de un plumazo las horas que llevaba sin dormir y el castigo que me infringió aquel sillón del demonio. Las palabras bailaban sobre mis labios y se convertían en sentimientos hacía mi hija. Tal fue la comunión que se forjó entre aquel cuento y mi amor, que madre e hija se fueron con Morfeo a conocer el mundo de los sueños y este loco de atar, se quedó mirando a la luz de emergencias de la habitación rememorando cada uno de los momentos vividos segundos antes…..Algo que quedará grabado en mi ser hasta que me vaya.
No tengo ni idea de la infinidad de fotos que habré hecho hasta ahora y la de minutos y horas que me he pasado mirando fijamente esa boquita de piñón heredada de su madre y esos ojos ávidos por conocer mundo y de los que todo el mundo habla con pasión. Un cielo hecho carne sobre este pasto terrenal que hace que hasta una persona ajena, muera de amor al verla. Podría hablar la pasión de un padre ciego que no ve más allá de su amor, pero la cantidad inexpugnable de escritos en redes sociales o mensajes personales sobre #NuestraRubita me hacen ver, que no solo habla la baba que se me cae al adentrarme en su piel al olerla o el negarme a dormir teniéndola a mi lado por perderme un segundo se sus gestos o espontáneas sonrisas que hacen vibrar mi corazón como los besos de su madre.
Naya, es ridículo decirte que te quiero o que te amo con todo lo que soy. Es obsoleto y precario jugar con las palabras para provocar el llanto de unos o las lágrimas que ahora mismo estoy derramando por ti mientras escribo estas frases. No están ni estarán jamás a la altura de tu ternura.
«N» de nunca. Nunca dejaré que camines sola por la vida. Seré tu sombra para cobijarte del sol, tu pañuelo de sentimientos, tu rincón secreto en el que resguardar tus vivencias y el pilar que soporte todas tus penas y dolores para convertirlas en risas y despreocupaciones.
«A» de amor. Amor por cada uno de tus gestos, amor por cada una de tus decisiones y pensamientos. Seré lo que quieras que sea mientras que no dejes de quererme. Romperé el tributo que ofrece el tiempo al infinito por ser tu consejero más fiel y viviré cada segundo de mi vida por verte feliz una y otra vez.
«Y» de «Ya». «Ya» por verte sonreír por primera vez y todos los días de tu vida. «Ya» por tus primeros pasos, tus primeras palabras, el simple ajetreo incontrolado de tus bracitos buscando un lugar en el que agarrarte y ser yo ese bastón en el que apoyar tus miedos. El «Ya» que fulmine tus penas con el beso que se derrite en mis ojos con la mirada nublada que ahora mismo vela tu vida y del que me pregunto donde andará y que pensará.
«A» de ahora. Vivir tu vida sin tiempos que me lo encasillen. Disfrutar tus gestos, tus llantos, tu primer biberón, tu primer baño, tu primer paseo por la calle, tu primer todo cada vez que lo hagas o lo viva a tu lado; porque esa ilusión que siento cada día al mirarte a la carita después de tan solo cuatro días de vida, me hacen sentirme el hombre más feliz de la tierra y el más afortunado.
No puedes, ni podrás asimilar jamás, el amor que rodea tu vida. Una familia que te ama con locura sin conocerte aun en persona, que dormiría a los pies de tus desvelos por ser parte de tu vida y que cuenta las horas por achucharte hasta el extremo de devorarte de amor. Provocas risas, llantos de felicidad y haces que el mundo se reencuentre con aquella humanidad de la que tantos hemos perdido la esperanza.
Una hermana que a pesar de su edad, no asimila el como una cosa tan pequeñita es parte de su sangre y que deja caer sus lágrimas al pensar en todo lo que le queda por delante para disfrutar de ti y ayudarte a vivir en este mundo que sé de buena tinta, que construirá para ti con la misma ilusión con la que ella vive su vida cada minuto.
Basta decir que mamá y este que te escribe, jamás te inculcarán nada de aquello que esté establecido por la sociedad que nos oprime y que dejaremos que tu corazón sea libre desde el minuto uno de tu existencia. Simplemente seremos ese sendero que te guíe por el buen camino….Bueno, todo esto es muy bonito, pero también debemos confesarte que intentaremos inculcarte el frikismo que nos corre por las venas a tu madre, hermana y a mí, sin remedio. Somos así y no podemos evitar eso.
Bromas a parte y malabarismos de palabras en fueras de juego, voy a decirte lo que eres para tu madre y para mí. Eres nuestra razón de ser, el fruto del amor más puro que ya creímos perdido, la esperanza que todo ser necesita para seguir viviendo y sobre todas la cosas: la única unión necesaria de nuestros corazones con este mundo.
No sé si he provocado o no alguna lágrima a todos aquellos que han leído este humilde artículo. Jamás ha sido mi intención, pero si os puedo asegurar que acabo de abrir mi corazón de par en par como los rayos de sol de cada mañana que anuncian que un nuevo día viene a bendecir nuestras vidas.
Gracias mi vida. Gracias por golpear los caminos de mi vida con tus pequeños latidos y hacer de mamá y papá, el tesoro donde esconder su amor hasta más allá de los confines de la eternidad que nos gobierna.
Te quiero Naya, no puedo decir más.
Óscar Lamela Méndez