El color de los gustos
Hoy me voy a permitir el lujo de sacarle brillo a mis canas, atusar mi barba con cierto mimo y alzar el vuelo con ponderada maestría para salir de mi pequeña zona de confort y, sin querer entrar en polémicas o crear debate con una pequeña reflexión u opinión particular, os voy a contar un poco un punto de vista general de lo que opino sobre ciertos aspectos relacionados con la literatura. Todo bajo la mirada aséptica y documentada sobre opiniones generales de todos los ámbitos de esta profesión.
En este artículo, me voy a centrar en el ámbito del lector y sus preferencias. Es evidente, que todos y cada uno de nosotros, tenemos nuestra gama de «colores» selectos en esto de pasar páginas; sin embargo, dentro de mis entrañas negras, crece una pregunta que puede tener cabida en otros aspectos de la vida. Una simple elección nos hace libres, pero a la vez sin darnos cuenta, nos hace esclavos de sus designios y todos ellos son generados con un único objetivo, tenernos entretenidos en nuestras guerras particulares con el prójimo. Cada día me alegro más de ser un pequeño bicho raro que odia todo tioo de radicalización.
Quizás esta introducción sea un poco críptica, quizás sea necesaria para crear cierta curiosidad en vosotros que me leéis ahora mismo, o solo sea para ocultar o camuflar debidamente mis pensamientos y no deciros sin tapujos que sois más lerdos que un pobre toro que solo ve la muleta roja y no el estoque que se esconde dentro de ella, si pensáis que vuestra verdad es la única válida.
Ya se me han caído muchos pelos del sombrajo a lo largo de tantos conflictos a lo largo de mi vida y me he dado cuenta del sectarismo cifrado que se oculta dentro de la literatura. Hay que elegir un género literario para no acabar siendo ese tipo que siempre lo dejan para el final en la elección de una pachanga de fútbol o la chica a la que nadie invita a una fiesta de pijamas.
El denostado margen y aprecio que se le da a la personalidad de un lector o lectora por elegir libremente sus gustos literarios es abrumador. Si lees romántica o erótica, eres una mujer frustrada sexualmente; si lees poesía, eres un bohemio blandito al que le han dado bien fuerte en la poca autoestima que le dejaron sus compañeros de instituto; si lees novela negra, eres un tarado que en el fondo, si hubiera una noche de purga, iba a ser el más sádico de todos; si lees ensayos, te crees el más listo del barrio; si tienes más de 40 y lees literatura infantil eres poco menos que un inmaduro, y si lees cómics, bueno, eso ya te pone a la altura de la capa más básica de la sociedad.
No, queridos amigos y amigas. La diversidad es lo más enriquecedor que puede encontrar un ser de nuestra especie para darse cuenta de que todavía, a pesar de la prensa y las televisiones de hoy en día que se venden al mejor postor, uno es libre para escoger su propio camino. Disfrutar devorando páginas y enriqueciendo el cerebro. Woody Allen dijo que su segundo órgano favorito era el cerebro, hagamos poco a poco que sea el primero, para que la telebasura y objetivismo periodístico sea el de los ídolos de muchas anteriores generaciones.
El tipejo este que os da la chapa ahora mismo y que mi inconsciencia tine esclavizado delante del teclado para que dicte mis pensamientos, es un claro ejemplo de lo que os digo. El tío lee de todo, de todo… a pesar de tener sus predilecciones y sus kriptonitas marcadas. Hace muy poco, ha descubierto de nuevo el placer de leer cómics, creo que acrecentado por el hecho de volver a leer cuentos a su hija (en cuyo caso particular lleva más del 50% de la historia) y descubrir el valor que encierran los guiones de dichas historias y el inmenso arte que se esconde en cada una de las viñetas que un ilustrador saca de su mente para acercarse a lo que tú te hubieras imaginado si esa fábula estuviera en una novela clásica y no en un libro lleno de imágenes brutales. Esa simbiosis entre autor e ilustrador yo me la imagino como un viaje alucinante, y no necesariamente un calvario para el que dibuja, que debe luchar con el egocentrismo de muchos autores o las escasas miras que tienen, porque desde hace mucho o poco tiempo, no se ven el ombligo.
Sí, una imagen vale más que mil palabras, aunque estas últimas hagan ejercitar más la imaginación, la visualización es otro arte muy denostado en este género y por eso desde aquí quiero romper una lanza, por ejemplo, a favor de esos artistas ilustradores que para mí son magos, pues hacen realidad con sus lápices, la historia que ha rondado meses antes en el cerebro de un enfermizo escritor o escritora. Sin restar valor, por supuesto, a todos aquellos que hacen las portadas de una novela «no ilustrada» y que gracias a su sensibilidad artística, han conseguido que un lector se haga con la obra de un autor.
No sé cuál es la diferencia exacta entre los beneficios que se lleva el guionista de un cómic y el ilustrador, pero para mí, el valor remunerado debe ser igual para la propulsión mecánica que para el velamen. Sí, aquí defiendo a capa y espada, valga el caso, el trabajo de dos de mis amigos ilustradores y compañeros en el blog literario Vuelo de Cuervos en el que participo: «Mi adorada y alada azabache, María Pizarro y a mi emplumado gamer, Elías Santos». Dos magos del pincel, lápiz o plastidecor que le pongas en las manos, si hace falta.
La lectura es diversión, aprendizaje y entretenimiento; del tipo que sea. Recuerda, si lees no solo eres libre para viajar a mil y un mundos, eres libre de la forma más esencial y pura que se puede ser en el mundo que nos ha tocado vivir, humanos…somos libres de pensamiento.
Felices lecturas.
Óscar Lamela Méndez